Autor: Tomás González
¿Qué es transición energética?
En estos días que tanto se habla de transición energética (TE) es fundamental recordar de qué se trata y por qué es un reto tan importante para Colombia. De la manera más concreta, una TE significa un cambio de fondo en la forma en que producimos y consumimos energía.
Como podemos observar en la figura 1, la humanidad utilizó la leña como fuente casi única de energía hasta más o menos 1850 cuando la Revolución Industrial se apalancó en el carbón para facilitar una transición de los métodos de producción manual a las máquinas, hizo posible el surgimiento del sistema de fábrica mecanizado y desencadenó el potencial de la máquina de vapor.
En poco más de un siglo, el carbón pasó de generar el 1.7% a más de la mitad de la energía consumida en el mundo. Posteriormente el turno fue para el petróleo. Su utilización data de miles de años, pero tuvo su auge hacia mediados del siglo pasado una vez los avances tecnológicos que se iniciaron en la segunda mitad del siglo XIX rindieron sus frutos comerciales y le permitieron desplazar a parte del carbón y a la leña hasta convertirse en la fuente del 43% del consumo global de energía en los 1970s. Junto al petróleo, el gas natural—que en las últimas décadas ha tenido el impulso de la revolución de los shales—ha ido ganando importancia hasta ser hoy responsable de satisfacer casi la cuarta parte del consumo.
Figura 1: Participación de los combustibles en el consumo de energía
Fuente: Our World in Data
Tres historias sobre la transición energética
La Transición Energética que tuvo lugar en los últimos dos siglos cuenta al menos tres historias. La primera, una historia de innovación. Sin los cambios tecnológicos descritos, hubiera sido imposible para la humanidad tener acceso a la energía necesaria en los lugares y a los precios requeridos para satisfacer la demanda.
La segunda, una historia de progreso en la medida en que la explosión en el consumo de energía (gráfica 2) hizo posible un aumento sin precedentes en la calidad de vida y el bienestar de la población. Hace doscientos años el 90% de la humanidad vivía en condiciones de pobreza extrema. Hoy la cifra es la contraria—sólo el 10% vive en condiciones de pobreza extrema, el ingreso promedio se multiplicó por siete e indicadores como la esperanza de vida, el consumo de calorías o el acceso a la educación dan cuenta de un mundo mucho más próspero y equitativo.
Figura 2: Consumo de energía global por sectores
Fuente: Our World in Data
Y la última, una historia de externalidades. Este es el nombre que los economistas le dan a los costos o beneficios que las actividades productivas generan sobre terceros y que están por fuera de su control.
La generación de energía a partir de la combustión de fósiles es responsable de externalidades negativas, ya que genera emisiones de gases efecto invernadero (GEI) que contribuyen al calentamiento global.
De acuerdo con el panel intergubernamental de cambio climático establecido por las Naciones Unidas para evaluar la ciencia alrededor del calentamiento global, las emisiones de GEI realizadas por el hombre han contribuido a un aumento significativo de la temperatura promedio por encima de los niveles pre-industriales.
Si bien, todavía no hay pleno consenso frente a la magnitud de los impactos negativos que traería mantener los niveles actuales de emisiones, si hay una clara advertencia frente al tipo de consecuencias adversas—que motivaron el acuerdo de París que recomienda que el aumento de la temperatura global se mantenga “muy por debajo de los 2 grados centígrados”.
La producción y el consumo de energía son responsables hoy de casi tres cuartas partes de las emisiones globales (figura 3).Reducirlas requiere que el mundo haga una nueva transición energética que premie la producción y el consumo de bajas emisiones—lo cual exige a su vez cambios en la política pública: las fuerzas de mercado por si mismas son incapaces de generar este cambio en ausencia de incentivos a la innovación, subsidios a la adopción de nuevas tecnologías y marcos regulatorios que aseguren que las externalidades sean tenidas en cuenta en los precios. Dicho de otra manera, y a diferencia de la transición descrita arriba cuyo impulsor principal fue precisamente las fuerzas del mercado, el motor de la actual es la política pública.
Figura 3: Emisiones globales de CO2 por sectores
Fuente: our world in data
Esta diferencia no es menor porque traslada todo el esfuerzo de coordinación y diseño al sector público, incluyendo la principal dificultad para lograr los cambios requeridos: determinar los costos de la transición y quién los va a pagar.
Por un lado, en la medida en que las metas de reducción de emisiones sean más altas o rápidas, mayores serán los costos requeridos para cambiar los equipos y fuentes de generación que aseguren tanto el cumplimiento de las metas como una adecuada atención de la demanda.
Por el otro, los sectores y países responsables de hacer realidad la transición enfrentan costos diferentes y tienen una capacidad desigual para asumirlos. No es lo mismo, por ejemplo, la capacidad de países desarrollados que son responsables históricos de la mayor cantidad de emisiones—y que gracias a ellas lograron precisamente dar el salto al desarrollo—que países que hasta ahora se están desarrollando y que requieren de energía barata para sacar a su población de la pobreza.
No en vano el ministro de energía de la India dijo en la última reunión de ministros de energía auspiciada por la Agencia Internacional de Energía que la meta de emisiones netas de cero en 2050 sonaba bien, pero era inalcanzable para países como el suyo que dependían del carbón para sacar a millones de personas de la pobreza.
La pregunta más importante para nosotros es por supuesto ¿qué implica esta transición para Colombia? El punto de partida para contestarla debe ser nuestra estructura actual de producción y consumo de energía. Si bien nuestra matriz eléctrica es limpia—en el último año el 77 % se produjo con agua viento o sol—dos terceras partes de nuestro propio consumo se abastecen de los fósiles—diesel, gasolina, gas natural, carbón, kerosene y GLP—y tres cuartas partes proviene de la industria el transporte y los hogares (gráficas 4 y 5). Esta combinación de combustibles y sectores, que muestra dónde tendrán que hacerse los mayores esfuerzos de transición en nuestro país (gráfica 6), e ilustra cuatro hechos fundamentales de la transición energética en Colombia.
Figura 4: Consumo de energía en Colombia por tipo de combustible
Fuente: BECO 2019, Cálculos propios.
Figura 5: Consumo de energía en Colombia por sector
Fuente: BECO 2019, Cálculos propios.
Primero, que todos los sectores deberán contribuir porque todos consumen al menos un combustible fósil. Segundo, que no todos los esfuerzos deberán ser iguales. El sector que menos fósiles consume es el comercial y público (26%) mientras que la casi totalidad de la energía para el transporte depende de los fósiles.
Sin embargo, es importante resaltar que no es sólo la magnitud, sino el tipo de esfuerzo: para la industria supone principalmente sustituir carbón y eventualmente gas, mientras que para los hogares el énfasis está en GLP y leña—lo que tiene además grandes implicaciones en materia pobreza—y para el transporte el foco son los combustibles líquidos derivados del petróleo.
Figura 6: Consumo de energía por sectores y combustibles
Fuente: BECO 2019, Cálculos propios.
Finalmente, estas graficas permiten identificar que las capacidades de los sectores para adelantar la transición energética varía significativamente. En Colombia, por ejemplo, hay un porcentaje elevado de pequeños transportadores que derivan su sustento de camiones viejos e ineficientes en el consumo de combustible, hay diversos sectores industriales consumidores de carbón cuyos márgenes de rentabilidad no permiten una sustitución rápida de calderas y un 40% de los hogares—hoy en condiciones de pobreza—muy seguramente deberán pasarse a aires acondicionados, neveras y electrodomésticos más eficientes.
Por todo lo anterior es tan importante la política de transición energética en nuestro país. Nos movemos entre el deseo del Gobierno de tener unas ambiciosas reducciones de emisiones y la ausencia de una política integrada que tome en cuenta las particularidades sectoriales y la capacidad de nuestras finanzas públicas para facilitar la transición y mitigar sus efectos adversos. Ese es nuestro principal reto hoy: contar con una política realista que balancee nuestras necesidades ambientales con las económicas y sociales. En ausencia de ella, corremos el riesgo de ser víctimas de presiones externas que no tengan nuestros intereses como prioridad.
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